A menudo solemos diseñar un viaje pensando en el destino, en el lugar geográfico, en el pueblo o región que nos han recomendado pero por qué no darle vuelta y elegir la época histórica que más nos guste, y hacer un viaje para evocarla, para sentirla e imaginar el pasado de soldados, reinas, navegantes, mercenarios o sacerdotes, los escenarios de antiguos rituales, de batallas impresionantes o de hechos que marcaron el curso de la historia. Sería como subirse a una máquina del tiempo y conducirla a dónde nosotros queremos.
¿Por qué no seguir la huella de un personaje por los lugares en los que vivió, creció amó, lloró, o hizo grandes obras? ¿Por qué no sumergirse en el pasado más ancestral de una zona y salirse del recorrido que marcan las visitas programadas para recrear la época que a nosotros nos apasiona y sentir en nuestra piel aquello que sintieron otros?
Podemos seguir a los primeros griegos que alcanzaron el fin del mundo, el asedio a ciudades medievales, el puerto desde que partió Colón hacia el Nuevo Mundo, las relaciones prohibidas de la princesa de Éboli, la construcción de grandes catedrales , la magia del Drago milenario o los ecos de la Guerra de Independencia… Cualquier opción es válida. La libertad, la imaginación y la curiosidad deben rodear siempre nuestro viaje. Ir a un sitio y poder entender que allí latieron vidas pasadas, que aquello sigue allí porque sucedió algo importante que cambió el lugar durante los siglos venideros es una sensación inigualable.
¿Para qué viajamos? ¿Sólo para tachar un lugar más de la lista de sitios a los que se supone que hay que viajar? ¿No es mejor viajar movidos por una sensación, por buscar una experiencia, una imagen única, o revivir un ambiente, la esencia de un lugar?
Las personas más dogmáticas que trabajan en el patrimonio cultural piensan que los visitantes deben saber todo sobre todo, y deben dispararles todos los datos que conocen, para que se vayan del sitio atiborrados de información. Sin embargo es más natural, más divertido y más sabio seguir a la propia curiosidad, a la propia intuición sobre lo que queremos saber o sentir, por infantil o simple que parezca en un primer momento. La gente que hace esto es la que verdaderamente disfruta del viaje y se llena de experiencias y sensaciones que le llevan a conocer otros lugares.
La Historia parece en el imaginario popular una colección de fechas, reyes y batallas, y no lo qué es en realidad: un cúmulo de experiencias de vida, de cruces de pensamientos, culturas y deseos de personas que conformaron el mundo de una manera concreta, y de los que se puede disfrutar recordándolos una y otra vez. Si la viésemos así sería como una película que nunca nos cansamos de ver, o una canción que escuchamos una y otra vez.
Los cronoviajeros no tienen edad, ni género, ni profesión concretos, no hablan el mismo idioma ni votan al mismo partido. Ni siquiera les gustan los mismos lugares ni viajan a las mismas épocas pero comparten el espíritu de aventura en la realidad. Quieren viajar para sentir, quieren experimentar otras épocas en su piel y ponerse en los ojos de los que allí pisaron. Estamos seguros de que sí has llegado hasta el final de este post, tú ya eres un Cronoviajero. Súbete a la máquina del tiempo y arranca el motor, que conduces tú.
Imágenes extraídas de Flickr bajo licencia CC (BY, SA, NC)
Soldado a caballo: José Luis Cernadas Iglesias // Blanco y negro: José María Pérez Núñez // Tren: Pablo Carrascosa